Torrance todavía estaba durmiendo
en la cama cuando Mason apareció y le tocó un brazo. Ella despertó,
sobresaltada, y se apartó inmediatamente de él; pero no se apartó porque Mason
le diera miedo, sino porque sintió un deseo inmediato de retomar lo que habían
estado haciendo por la noche.
Por lo visto, su fuerza de voluntad era francamente frágil.
Ella se apartó el pelo de los ojos y Mason se alejó de la
cama, mirándola con extrañeza.
—No pretendía asustarte. Después de lo de anoche, pensé que
nosotros… en fin, da igual, no importa —dijo él.
—Discúlpame, Mason. Es que…
Torrance no terminó la frase.
—Puedo oler tu miedo, Tor.
Ella sacudió la cabeza.
—Sé que aún crees que me das miedo, pero te equivocas,
Mason. Esta mañana, cuando me he despertado, me he dado cuenta de que no habría
permitido que me tocaras si no confiara en ti —dijo Torrance, con una seguridad
que le sorprendió a ella misma—. Pero después de lo de anoche… creo que será
mejor que nos lo tomemos con calma, que sólo seamos amigos.
Mason la miró con intensidad.
—No lo entiendo. Si no me tienes miedo, ¿cuál es el
problema?
Ella se mordió el labio.
—Que no quiero que me hagan daño.
—¿Crees que te voy a hacer daño? —preguntó, frunciendo el
ceño.
—No, no. Sé que no me harías daño físico, Mason. Eres un
protector. Pero la conexión que se ha establecido entre nosotros es muy potente
y… bueno, creo que no deberíamos llegar más lejos. No eres precisamente una
apuesta segura para alguien como yo.
Mason asintió.
—Claro. Me rechazas por lo que soy.
—No, no es por eso —dijo, frustrada—. Y por favor, deja de
malinterpretar mis palabras a tu antojo. Lo único que pretendo decir es que…
Por Dios, Mason, ¿cómo es posible que no lo entiendas? Cada vez que me miras,
yo…
Mason soltó una carcajada que sonó más áspera de lo normal,
como si no practicara la risa muy a menudo.
—Si eso es un halago, Tor, no estoy seguro de que quiera
saberlo…
—Sólo intento decirte que no se trata de ti, sino de mí.
Busco algo más que una buena experiencia sexual. Y sí, lo admito… me vuelvo
loca de deseo cuando siento tu contacto. Pero eso no basta para establecer una
relación duradera. No es suficiente para mí. Tú y yo somos muy diferentes.
—O en otras palabras, tú eres humana y yo un monstruo.
—No. Digo que buscamos cosas distintas. Tú no quieres amor;
yo sí.
Mason se metió las manos en los bolsillos.
—Diablos, Torrance, si acabamos de conocernos… ¿cómo es
posible que ya estés pensando en el amor?
—Pienso en él porque lo que hay entre nosotros ha cambiado
las normas. Ya no intento resistirme a ti. Sólo intento ser sincera, de la
misma forma que fuiste sincero conmigo cuando te pregunté por las relaciones
amorosas de vuestra especie —afirmó.
—Ahora lo entiendo —dijo él—. No quieres arriesgarte. Eres
de las que golpean primero por miedo a que te golpeen antes. ¿Verdad?
—Aunque así fuera, eso sólo significaría que he aprendido la
lección por las malas. Crecer con una mujer como mi madre me hizo pensar mucho.
Tomé la decisión de que sólo me dejaría llevar cuando encontrara mi sueño.
—¿Tu sueño? ¿A qué te refieres? —preguntó.
Mason se acercó hasta la cama. Llevaba vaqueros y una
camiseta blanca que remarcaba los músculos de su pecho. Parecía más descansado
que el día anterior y tenía mucho mejor aspecto.
Ahora, cuando Torrance lo miraba, ya no sentía miedo; ya no
quería esconderse ni huir de él. Sólo quería sentir el contacto de sus manos, de
su boca, de su cuerpo entero.
—Me refiero al sueño de mi vida, al hombre que estoy
buscando, a un hombre capaz de darme algo más que placer y una cara bonita.
Michaela dice que son estupideces mías y que no debería leer tantas novelas
románticas, pero… no es verdad, no es sólo eso, es algo que siento aquí, Mason,
en el corazón. Algo que necesito. Y no me voy a contentar con menos. Quiero…
—¿Qué quieres, Torrance? ¿Un cuento de hadas? —ironizó él.
—No, no busco un príncipe azul. Sólo quiero el hombre de mis
sueños.
—Por supuesto. Y un hombre lobo no puede ser el hombre de
tus sueños —dijo Mason, con amargura.
—Esto no tiene nada que ver con el aspecto físico. Es algo
emocional. Quiero un hombre que me ame, Mason, un hombre que me quiera más que
a nada en el mundo, que quiera abrazarme mientras admiramos una puesta de sol,
que quiera tomar un café conmigo mientras miramos el amanecer y que me tome
entre sus brazos, a la luz de la luna, por el simple placer de estar conmigo.
Mason no dijo nada. Todavía tenía las manos en los
bolsillos, y la miraba con una mezcla de frustración, rabia y un sentimiento
que Torrance no supo reconocer.
—Busco un hombre capaz de reír y de compartir su vida
conmigo, voluntariamente —continuó—. Y busco un hombre que quiera todo eso porque…
me ame. ¿Lo entiendes ahora, Mase?
Mason suspiró.
—Sí. Entiendo que estás buscando un imposible, algo
completamente irreal. Cuando busques a un hombre de verdad, dímelo.
Ella apretó los puños, molesta.
—¿Un hombre de verdad? Pues supongo que eso te excluye a ti,
porque un hombre de verdad no tendría miedo de lo que siente. No tendría miedo
de compartir sus sentimientos con los demás.
—¡Por Dios! —dijo él, mirando el techo con desesperación—.
Lo sabía. En cuanto te vi en ese restaurante, supe que lo ibas a complicar
todo.
—Esto se ha complicado sin mi ayuda —le recordó—. ¿Sabes qué
me asusta a mí? Lo que siento cuando me acerco a ti, la fuerza de esta
atracción. Yo no soy capaz de separar el amor y el sexo, Mason. No puedo, es
imposible… lo he intentado antes y nunca he podido. Lo que ha ocurrido esta
noche lo demuestra; de tener miedo de ti, he pasado a desearte con toda mi
alma. Pero…
—Pero no es suficiente —la interrumpió—. Maldita sea,
Torrance, yo tampoco me había sentido así en toda mi vida. Los licántropos sólo
tenemos un amor. Y aunque no te puedo prometer el amor que buscas, puedo
prometer que te seré fiel hasta el final. Ahora que te encontrado, no volveré a
desear a otra persona.
—Ojalá pudiera contentarme con eso —murmuró ella—, pero no
puedo. Por muchas promesas que hagas, Mason, nuestra relación no duraría sin
amor. Sólo quiero ahorrarme un desengaño inevitable.
Torrance habló con seguridad, pero ya no estaba tan
convencida de tener razón.
—¿Sabes una cosa, Torrance? La vida no hace siempre lo que
queremos. Y digas lo que digas, sé que confías en mí. Como tú misma has dicho,
no te habrías dejado llevar si no confiaras en mí.
—Mi cuerpo confía en ti, Mason; mi cuerpo, no mi corazón
—afirmó—. No pretendo llevarte la contraria; sólo quiero ser sincera contigo…
tú no crees en el amor y yo busco el amor. ¿Por qué meternos en algo que va a
terminar mal?
Mason maldijo en voz alta y se alejó hacia la puerta. Cuando
ya giraba el pomo, añadió:
—Torrance… entre tus malditos sueños y tus malditas pesadillas,
no me das ninguna oportunidad. Eres tú la que la aleja a la gente.
Mason salió de la habitación y cerró la puerta.