jueves, 29 de agosto de 2013



Torrance todavía estaba durmiendo en la cama cuando Mason apareció y le tocó un brazo. Ella despertó, sobresaltada, y se apartó inmediatamente de él; pero no se apartó porque Mason le diera miedo, sino porque sintió un deseo inmediato de retomar lo que habían estado haciendo por la noche.
Por lo visto, su fuerza de voluntad era francamente frágil.

Ella se apartó el pelo de los ojos y Mason se alejó de la cama, mirándola con extrañeza.
—No pretendía asustarte. Después de lo de anoche, pensé que nosotros… en fin, da igual, no importa —dijo él.
—Discúlpame, Mason. Es que…
Torrance no terminó la frase.
—Puedo oler tu miedo, Tor.
Ella sacudió la cabeza.
—Sé que aún crees que me das miedo, pero te equivocas, Mason. Esta mañana, cuando me he despertado, me he dado cuenta de que no habría permitido que me tocaras si no confiara en ti —dijo Torrance, con una seguridad que le sorprendió a ella misma—. Pero después de lo de anoche… creo que será mejor que nos lo tomemos con calma, que sólo seamos amigos.
Mason la miró con intensidad.
—No lo entiendo. Si no me tienes miedo, ¿cuál es el problema?
Ella se mordió el labio.
—Que no quiero que me hagan daño.
—¿Crees que te voy a hacer daño? —preguntó, frunciendo el ceño.
—No, no. Sé que no me harías daño físico, Mason. Eres un protector. Pero la conexión que se ha establecido entre nosotros es muy potente y… bueno, creo que no deberíamos llegar más lejos. No eres precisamente una apuesta segura para alguien como yo.
Mason asintió.
—Claro. Me rechazas por lo que soy.
—No, no es por eso —dijo, frustrada—. Y por favor, deja de malinterpretar mis palabras a tu antojo. Lo único que pretendo decir es que… Por Dios, Mason, ¿cómo es posible que no lo entiendas? Cada vez que me miras, yo…
Mason soltó una carcajada que sonó más áspera de lo normal, como si no practicara la risa muy a menudo.
—Si eso es un halago, Tor, no estoy seguro de que quiera saberlo…
—Sólo intento decirte que no se trata de ti, sino de mí. Busco algo más que una buena experiencia sexual. Y sí, lo admito… me vuelvo loca de deseo cuando siento tu contacto. Pero eso no basta para establecer una relación duradera. No es suficiente para mí. Tú y yo somos muy diferentes.
—O en otras palabras, tú eres humana y yo un monstruo.
—No. Digo que buscamos cosas distintas. Tú no quieres amor; yo sí.
Mason se metió las manos en los bolsillos.
—Diablos, Torrance, si acabamos de conocernos… ¿cómo es posible que ya estés pensando en el amor?
—Pienso en él porque lo que hay entre nosotros ha cambiado las normas. Ya no intento resistirme a ti. Sólo intento ser sincera, de la misma forma que fuiste sincero conmigo cuando te pregunté por las relaciones amorosas de vuestra especie —afirmó.
—Ahora lo entiendo —dijo él—. No quieres arriesgarte. Eres de las que golpean primero por miedo a que te golpeen antes. ¿Verdad?
—Aunque así fuera, eso sólo significaría que he aprendido la lección por las malas. Crecer con una mujer como mi madre me hizo pensar mucho. Tomé la decisión de que sólo me dejaría llevar cuando encontrara mi sueño.
—¿Tu sueño? ¿A qué te refieres? —preguntó.

Mason se acercó hasta la cama. Llevaba vaqueros y una camiseta blanca que remarcaba los músculos de su pecho. Parecía más descansado que el día anterior y tenía mucho mejor aspecto.
Ahora, cuando Torrance lo miraba, ya no sentía miedo; ya no quería esconderse ni huir de él. Sólo quería sentir el contacto de sus manos, de su boca, de su cuerpo entero.

—Me refiero al sueño de mi vida, al hombre que estoy buscando, a un hombre capaz de darme algo más que placer y una cara bonita. Michaela dice que son estupideces mías y que no debería leer tantas novelas románticas, pero… no es verdad, no es sólo eso, es algo que siento aquí, Mason, en el corazón. Algo que necesito. Y no me voy a contentar con menos. Quiero…
—¿Qué quieres, Torrance? ¿Un cuento de hadas? —ironizó él.
—No, no busco un príncipe azul. Sólo quiero el hombre de mis sueños.
—Por supuesto. Y un hombre lobo no puede ser el hombre de tus sueños —dijo Mason, con amargura.
—Esto no tiene nada que ver con el aspecto físico. Es algo emocional. Quiero un hombre que me ame, Mason, un hombre que me quiera más que a nada en el mundo, que quiera abrazarme mientras admiramos una puesta de sol, que quiera tomar un café conmigo mientras miramos el amanecer y que me tome entre sus brazos, a la luz de la luna, por el simple placer de estar conmigo.
Mason no dijo nada. Todavía tenía las manos en los bolsillos, y la miraba con una mezcla de frustración, rabia y un sentimiento que Torrance no supo reconocer.
Busco un hombre capaz de reír y de compartir su vida conmigo, voluntariamente —continuó—. Y busco un hombre que quiera todo eso porque… me ame. ¿Lo entiendes ahora, Mase?
Mason suspiró.
—Sí. Entiendo que estás buscando un imposible, algo completamente irreal. Cuando busques a un hombre de verdad, dímelo.
Ella apretó los puños, molesta.
—¿Un hombre de verdad? Pues supongo que eso te excluye a ti, porque un hombre de verdad no tendría miedo de lo que siente. No tendría miedo de compartir sus sentimientos con los demás.
—¡Por Dios! —dijo él, mirando el techo con desesperación—. Lo sabía. En cuanto te vi en ese restaurante, supe que lo ibas a complicar todo.
—Esto se ha complicado sin mi ayuda —le recordó—. ¿Sabes qué me asusta a mí? Lo que siento cuando me acerco a ti, la fuerza de esta atracción. Yo no soy capaz de separar el amor y el sexo, Mason. No puedo, es imposible… lo he intentado antes y nunca he podido. Lo que ha ocurrido esta noche lo demuestra; de tener miedo de ti, he pasado a desearte con toda mi alma. Pero…
—Pero no es suficiente —la interrumpió—. Maldita sea, Torrance, yo tampoco me había sentido así en toda mi vida. Los licántropos sólo tenemos un amor. Y aunque no te puedo prometer el amor que buscas, puedo prometer que te seré fiel hasta el final. Ahora que te encontrado, no volveré a desear a otra persona.
—Ojalá pudiera contentarme con eso —murmuró ella—, pero no puedo. Por muchas promesas que hagas, Mason, nuestra relación no duraría sin amor. Sólo quiero ahorrarme un desengaño inevitable.
Torrance habló con seguridad, pero ya no estaba tan convencida de tener razón.
—¿Sabes una cosa, Torrance? La vida no hace siempre lo que queremos. Y digas lo que digas, sé que confías en mí. Como tú misma has dicho, no te habrías dejado llevar si no confiaras en mí.
—Mi cuerpo confía en ti, Mason; mi cuerpo, no mi corazón —afirmó—. No pretendo llevarte la contraria; sólo quiero ser sincera contigo… tú no crees en el amor y yo busco el amor. ¿Por qué meternos en algo que va a terminar mal?
Mason maldijo en voz alta y se alejó hacia la puerta. Cuando ya giraba el pomo, añadió:
—Torrance… entre tus malditos sueños y tus malditas pesadillas, no me das ninguna oportunidad. Eres tú la que la aleja a la gente.

Mason salió de la habitación y cerró la puerta.